Eran las
once y media de la noche y como de costumbre me encontraba metido de lleno en
mi mundo virtual, mío como de tantos otros. Tenía a buen recaudo un café
vienés, con chocolate, que me acababa de preparar, al cual daba leves sorbos
mientras cumplía la rutina: leer correo, responder mensajes en redes sociales,
charlar con los amigos y buscar trabajo, entre otros. Estaba manteniendo un
acalorado debate en una red social sobre el tema de la abolición de los
matrimonios homosexuales, donde cada cual aportaba su punto de vista. Había
tres bandos bien diferenciados, los que estaban a favor de la abolición, los
que estaban en contra, y los que ni pinchan ni cortan, o más bien les es
indiferente, pero opinaban igualmente. ¿En qué bando estaba yo? Bien… lo
primero es aclarar que yo soy homosexual, gay, maricón, “chupapollas”, o como
queráis llamarlo, y mi posición en el debate está bastante clara, soy de los
que piensan que cuando te dan un derecho de igualdad, que por ley,
teóricamente, nos debería haber pertenecido desde siempre, no te lo pueden o no
deberían poder quitártelo. En el bando contrario había gente que exponía sus
ideas de forma clara y concisa, aunque no le encontraba sentido ninguno:
“desestabiliza el orden natural… desvirtúa la idea de familia” o ese tipo de
chorradas conservadoras, que parecen sacadas de un folleto del Opus Dei. Otros
del mismo bando eran más directos, argumentando que es asqueroso el hecho de
que dos personas del mismo sexo formen pareja y peor aún, se casen, que
irónicamente son los mismos que luego se masturban viendo videos de lesbianas
penetrándose al unísono con un vibrador de “dos cabezas”.
Por mi parte di el tema por zanjado, estaba
un poco aburrido de desmantelar comentarios sin sentido. Encendí un cigarrillo
y seguí deleitándome con mi café y con las imágenes de chicos desnudos, que más
que chicos, eran tiarrones, rudos, con barba cerrada y espesa, y ese aspecto
macarra que tanto me gusta. Por mensajes instantáneos mis amigos me pasaban
enlaces a canciones de lo más escuchado en discotecas y lugares de ambiente, y
aunque nunca me había hecho especial gracia, las escuchaba, ya me estaba
empezando a aficionar a este tipo de música. De repente me salta en la pantalla
un mensaje de un buen amigo de Granada:
- - Leo,
¿sigues en búsqueda de trabajo? – me decía
- - Sí,
claro, tío. Ya sabes que necesito pirarme de aquí cuanto antes y necesito las
pelas. – le escribí.
- - Bueno,
no cuentes mucho con ello, pero igual puedo conseguirte algo. El novio de mi
hermana conoce a mazo de peña que curra en temas de sonido, tío. Pero ya te
digo, no cuentes aun con ello.
- - Vale,
vale, tío, cojonudo, cuando sepas algo me das un toque, ¿vale?
- - Por
supuesto, guapo. Y a ver si te veo más el pelo, porque vaya tela, nos tienes
abandonados, desde que te piraste a Murcia…
- - Ya
tío, pero ya sabes cómo va esto, mi madre quería mudarse donde su familia, y a
mí no me quedaba otra.
- - Sí,
bueno, es comprensible. Ahora te tengo que dejar, pero te mantengo al
corriente, ¿vale, gordo?
- - De
acuerdo, guapo. Cualquier cosa, tienes mi móvil. Ciao.
- - Ciao,
chulo.
Y así prácticamente era el tipo
de conversaciones que mantenía con mis amigos, todos somos guapos, gordos, y
esas cosas. Me costó acostumbrarme al principio a hablar así con un hombre,
pues mi caso no era como el de muchos, que habían admitido su homosexualidad a
los quince o dieciséis años, no, yo tenía veinticinco, y solo hacía dos años
que admití públicamente mi atracción hacia los hombres.
Antes de irme a dormir, navegué
un rato por páginas de contactos de osos, o bears como era más
conocido. Me hacía gracia acordarme de cuando no tenía ni idea de lo que
significaba eso, y me lo explicó un amigo a través de internet, llegué a pensar
que era algún movimiento zoofílico gay… y bastante extraño, por cierto. Hoy día
ya sé que cuando se habla de un oso dentro del mundo gay, uno se refiere a un
tipo gordito o fuerte, de carnes apretadas, con barriga, barba cerrada o
perilla, masculino y muy velludo… vamos, el tipo de hombre que a mí más me
atrae. Muchos amigos me decían que esto del mundo Bear es como una trampa china
en la que es muy fácil entrar y muy difícil salir, y una vez encasillado en ese
mundo, le es a uno muy difícil quitarse determinadas etiquetas. Todo esto son tapaderas,
porque es el mismo contenido con diferente envase, por mucho que quieran
distanciarse de los típicos gays con pluma y amaneramientos, al final los hay
que son hasta peores en ese sentido. Es un poco violento, ver a una maricona
barbuda, de cuerpo musculado, hablar y actuar como una folclórica. Y yo en
verdad no tengo problemas con la gente que tiene pluma, se traviste, o ese tipo
de cosas, de hecho, al final siempre suelen ser los más graciosos, pero tampoco
gusta la hipocresía, aunque todos pequemos de ello de vez en cuando…
Dentro del mundo de los osos, yo podría ser catalogado como el típico oso
joven, o cachorro, aunque estoy algo más entrado en kilos. Soy bastante
velludo, de complexión fuerte y apretada, no muy alto físicamente, por lo que
casi podría ganarme un sobrenombre más, el de “pocketbear” u oso de bolsillo,
de cara redonda, barba cerrada, cabello corto pero espeso, cejas gruesas, y
detalles como un par de aros de plata en la oreja izquierda, un pirsin en la
ceja izquierda y tatuado en mis dedos índice, corazón, anular y meñique de la
mano izquierda por la parte de arriba, la palabra “LOVE”, a letra por dedo,
mientras que en la mano derecha era igual, pero con la palabra “HATE”. Tiene su
explicación pero es algo íntimo, que no me gusta compartir.
Tras mirar unos cuantos chulos, y responder unos pocos mensajes me fui a
la cama directo con un buen presentimiento, estaba convencido de que las cosas
iban a cambiar, y para bien…. [Aunque de seguro no estaba preparado para todo
lo que me iba a pasar en los meses sucesivos…]